Editorial

Populismo y Elecciones

A primera vista señalar las contradicciones existentes entre diferentes grupos o clases sociales puede parecer contraproducente. El mensaje de "nosotros contra ellos" o de “ellos o nosotros” puede aparecer como menos atractivo que un mensaje de reconciliación como el "todos juntos" o el “pueblo somos todos”, dado que las elecciones se ganan a veces con amplias coaliciones. Así, por ejemplo, el populismo de derecha se embarca en la oferta de un manto protector o benefactor de los pobres, cuando en realidad los considera un problema que le incomoda a toda hora y en todo lugar.

En sociedades altamente discriminatorias o excluyentes, con una buena parte de su población alienada y en estado de desconfianza, la apuesta política de un mensaje excluyente o antipluralista puede rendir grandes frutos al populismo como en efecto ha ocurrido en muchos países del mundo entero. Lo que parece cierto es que la gente, al ver que el régimen no le ofrece posibilidades ni garantías de sobrevivencia, ofrece su apoyo a un solo hombre para ser protegida en su emergente autoridad. La lección es que las personas abandonan muchas veces las razones de la democracia cuando de verdad les preocupa que una elite gobernante haya colocado a las instituciones bajo su servicio patrimonial.

Como dicen Daron Acemoglu  James A. Robinson (2019): “El método es excluyente porque se basa en una definición específica de “la gente”, cuyos intereses deben defenderse no solo contra las élites, sino contra todas las demás. Por lo tanto, en el Reino Unido, el líder del Brexit Nigel Farage prometió que una votación por “Dejar” en 2016 sería una victoria para la “gente real”. Como Donald Trump dijo en un mitin de campaña el mismo año, “las otras personas no”. No significan nada”. Del mismo modo, el ex presidente colombiano Álvaro Uribe a menudo habla de la “gente de bien” (la” gente buena”).”. Sólo agregaría al texto en el caso de Uribe su famosa alusión a “los buenos muchachos o muchachas”.

Hay razones históricas suficientes para considerar que el populismo termina siendo un defecto. Sus elementos excluyentes socavan las instituciones y los derechos democráticos básicos, propiciando una polarización cada vez en más ascenso. También se ha observado que favorece una concentración excesiva del poder político, generando a la larga una desinstitucionalización. En muchos casos los regímenes populistas viven pendientes de generar cambios constitucionales para favorecer sus intereses como se ha propuesto en días recientes por el líder máximo del Centro Democrático, al reclamar la convocatoria de una nueva Constituyente. Todo esto conduce inexorablemente a una mala planificación de los bienes públicos y un desempeño económico discutible.

No obstante, el populismo puede convertirse en una estrategia política atractiva para la gente cuando se reconoce un desempeño depredador de la élite gobernante lo que hace plausible la arremetida populista. Lo anterior se traduce en una ilegitimidad institucional con escaso mandato social (falta de gobernanza), externalizando una total pérdida de confianza de los ciudadanos en sus elitistas gobernantes por ser excluyentes y, en veces, salpicados por una corrupción reinante. Lo anterior genera condiciones suficientes para que una estrategia populista se torne factible, repito, a pesar de su naturaleza excluyente.

El populismo de cualquier orientación política solo puede surgir cuando existen problemas sociales y económicos reales que dinamizan las épocas electorales. Por eso ocultar nuestras desigualdades es un acto de deshonestidad. Existen visiones y situaciones de la ciudadanía que se encuentran en cotidiano conflicto y que deben ser reconocidas y debatidas. No ignoradas o invisibilizadas como por regla general ocurre en nuestras democracias famélicas. En Colombia nos hemos venido acostumbrando, por ejemplo, que los escándalos del Estado son temas de horas o de algunos días. Pasan con el correr del tiempo. Como aquellas letras que se borran al contacto con el agua. Los órganos de control y el poder judicial son considerados por la mayoría de los ciudadanos como inoperantes y hasta cómplices de algunos hechos delictivos y de la corrupción político-administrativa reinante. Se necesita, por lo tanto, de más democracia, más participación, más representación, más inclusión, etc., para que los ciudadanos sientan que sus preocupaciones están siendo tomadas en serio. 

En vez de tantos abrazos y fotografías insulsas en las campañas electorales deberían explorarse nuevas formas de pensar, de decir y de hacer en cuanto al gobierno que aspiran regentar para hacerlo lo más representativo posible de la sociedad. Es decir, la preocupación central debe ser la democratización del poder y de los bienes y servicios que se producen en la sociedad, de una manera integral. Solo así nuestros pueblos saldrán del atraso y se perfilarán hacia un desarrollo sostenible.

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