Editorial

La personalidad oculta: Del porqué algunos candidatos prefieren apodos en la propaganda electoral

Es costumbre en algunos de nuestros POLÍTICOS que una vez caducan o se retiran continúen sus hijos, nietos, hermanos, tías y otros parientes cercanos. De esta manera se consolida un tejido de parentela en el Congreso, gobernaciones y alcaldías, pero también en la política en general. Es lo que la sorna popular osa llamar los mismos con las mismas. En esta misma línea se puede investigar, además, la contratación con familiares una vez acceden al poder, de manera directa o indirecta, contrastando las leyes que procuran transparencia y probidad en la función pública.

Es costumbre en algunos de nuestros POLÍTICOS que una vez caducan o se retiran continúen sus hijos, nietos, hermanos, tías y otros parientes cercanos. De esta manera se consolida un tejido de parentela en el Congreso, gobernaciones y alcaldías, pero también en la política en general. Es lo que la sorna popular osa llamar los mismos con las mismas. En esta misma línea se puede investigar, además, la contratación con familiares una vez acceden al poder, de manera directa o indirecta, contrastando las leyes que procuran transparencia y probidad en la función pública.

En verdad en Colombia no hay normas para evitar que en la administración pública una persona le entregue el gobierno a un pariente. En cargos de elección popular es difícil limitar la idea de convertir dichos cargos en una especie de sucesión monárquica, aún por medio de la elección popular.

Aunque cargos públicos como presidente, gobernador, alcalde, etc., no se heredan sino que se ganan electoralmente, las condiciones económicas de las familias más adineradas las colocan en mejores condiciones para la complejidad de gastos (incluyendo la ilegal compra de votos) lo que les permite que se observe una perpetuación familiar ya sea por genética o por parentesco de ley. A nivel normativo en otros países existe un código de inhabilidades e incompatibilidades sobre este tema en el servicio público, a fin de proteger la probidad del Estado. Esto no ocurre precisamente en el caso de Colombia, tal cual como ocurre en buena parte de la costa Caribe colombiana y, en especial, en el Departamento del Magdalena.

Y una de las causas de esta circunstancia es la inexistencia de los partidos políticos serios en algunos entes territoriales. Estos son reemplazados por casas familiares las que precisamente escogen a los sucesores de quien por el momento ejerce el cargo a reemplazar. Los candidatos entonces no son nombrados democráticamente sino escogidos a dedo por una o varias familias ostentosas. Si acaso en un Club Social donde solo asisten las llamadas familias distinguidas. Es tal vez por eso que carecen de militancia y no reflejan ideología política alguna. Muchos imberbes inclusive. En realidad no constituye problema para que ciertas familias se repitan en el poder. El dinero y los avales predeterminados evitan cualquier consulta. Los candidatos escogidos de esta manera pasan por encima de los nombres de otros aspirantes y por encima de la democracia partidaria o política local.

Es por eso que en el argot de la política tradicional son los candidatos los que se lanzan y no son las organizaciones sociales y/o políticas las que los lanzan. Son muchos los ejemplos de políticos en retirada que ofrecen a sus hermanos, hijos o sobrinos ser candidatos en las elecciones. En parte eso explica del porqué hemos padecido de muchos gobernantes mediocres e incompetentes.

Tal vez es por eso que algunos candidatos terminan ocultando su nombre y/o apellido. Unos porque no son conocidos y provienen de sectores sociales medios o bajos y otros porque tienen una pesada carga sobre sus espaldas por los abusos, la corrupción o la incompetencia mostrada por sus familiares que los anteceden en los cargos públicos. Un caso patético en Colombia fue el del importante político conservador Álvaro Gómez Hurtado, quien en las campañas presidenciales que participó solo figuraba como Álvaro. Lógicamente el papel jugado por su progenitor en la historia nacional pesó bastante en su legítimo deseo de ser el presidente de Colombia. No sobra decir que fracasó dos veces en su intento, a pesar de ser un político conservador altamente reconocido tanto por su capacidad como honestidad.

Por eso la forma como se presente el candidato es su primer mensaje que debemos explorar o descifrar. Las frasecitas de campaña o los eslóganes recomendados por asesores que cobran millones, son tal vez la primera mentira de los candidatos. Muchas veces son el mantra del fracaso. Recuerdan el Corazón grande de Álvaro Uribe por medio del cual nos prometió una mano tendida para la paz, para después nos diéramos cuenta de lo diminuto del personaje en cuanto a profesar una auténtica voluntad de paz y de concordia entre los colombianos.

A estas alturas uno puede preguntarse por qué el exgobernador Luis Miguel Cotes Habeych prefiere hacer su campaña bajo la escueta identificación del Mello. Si en su pasada candidatura en el 2011 hizo la propaganda electoral con su nombre completo. Sería bueno conocer una respuesta porque en el marco de la opinión de la gente se dice que le está pesando su mala gestión y la de su tía Gobernadora. El caso es que muchos lo hacen no solo a nivel nacional sino internacional, sean de izquierda o de centro o de derecha, pero seguramente por causas muy distintas.

Todo indica que en este caso su apellido (Cotes) devela 8 años que ha estado la Gobernación del Magdalena bajo las manos de una sola familia: los Cotes, y de ganar de nuevo el Mello (cosa que no tiene fácil dado que en todas las encuestas señalan como ganador a Caicedo) serían 12 años de gobierno de la misma familia. Eso pesa en especial cuando existe un desgaste e insatisfacción ante la opinión pública del ente departamental. Amén de existir algunas sonadas investigaciones tanto del candidato como a su sucesora, ya sean de tipo fiscal, penal y/o disciplinario. Se sabe además que otras familias de la misma alcurnia tienen también aspiraciones electorales. Lo cierto es que el eslogan no está completo sin la imagen del candidato, es decir, de su pasado, y sólo él candidato sabe sobre el significado de su atrofia nominal al final del arco iris. Estas especies de máscaras muchas veces son representaciones cargadas de intenciones y simbolismos que representan ciertos temores, ocultamientos y aspiraciones no explicitas. Tal como ocurre en el verdadero carnaval, en el carnaval de la política algunos eligen su propia máscara para que no lo reconozcan.

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