Editorial

EL FALSO APOLITICISMO DE RUGELES. ¿Quién le cree?

En entrevista publicada por el periódico El Informador (28 de junio de 2019), entre mentiras y medias verdades el alcalde (e) Andrés Rugeles ante la pregunta ¿Qué le tiene que decir a los contradictores quienes afirman que Usted se puso al servicio de los clanes políticos que décadas atrás dominaban la región? declaró con inusitado desparpajo lo siguiente: “Lo que tenemos en Santa Marta es un alcalde encargado técnico, yo no pertenezco a ninguna clase política ni le respondo a ningún grupo político. Yo solo vine a trabajar por Santa Marta, por el beneficio común y mi línea va por la mitad, no estoy en favor de los unos ni de los otros”. Con semejante respuesta puede inferirse al menos dos cosas: la primera es que Rugeles considera que en Santa Marta no le conocemos sus andanzas políticas; y, la segunda, también cree que los samarios no se han dado cuenta de su vergonzosa cercanía y acomodo con los clanes tradicionales de la ciudad, los mismos clanes que fueron derrotados electoralmente en dos ocasiones por el Movimiento Fuerza Ciudadana, hasta el extremo de copar con ánimo retaliatorio los cargos más importantes del gobierno con fichas recomendadas o manifiestas de dichas familias.

Es tal el descaro y desafuero, que hoy el ente territorial samario tiene un gobierno completamente contrario al establecido en las urnas por la ciudadanía con un respaldo de más de 93 mil votos. Hoy existe un gobierno que contraría el Plan de Desarrollo y las Políticas Públicas establecidas para viabilizar diferentes rutas de derechos e incrementar la participación ciudadana y la inclusión de las poblaciones más vulnerables. Un gobierno rugeliano que, por cierto, carece de gobernanza porque se comporta invisible, indiferente, extraño y distante a la multitud poblacional. Incluso, que atropella a los más pobres, como es el caso de los comerciantes informales.

Por eso hay que decirlo con total claridad y a todo pulmón: hoy los mandamases en el gobierno distrital de Santa Marta son los archiconocidos clanes de los Cotes y Díazgranados. Rugeles es tan solo una pieza a la manera de marioneta de todo el andamiaje que pretende restablecer a dichos clanes en la administración pública distrital. ¡A eso vino! A eso lo mandó Duque y Marta Lucía, que no son técnicos sino políticos, o mejor, avezados politiqueros. Ese es su trabajo. Vino a pacificar la ciudad para colocarla de nuevo en las manos truculentas de quienes han creído poseerla a perpetuidad como si fuese un don sagrado o como un don propio de nobleza o alcurnia que suponen tener y que les hace entender la primigenia ciudad como una caja patrimonial o familiar que les sirve de enriquecimiento indebido. Una tarea rugeliana, a todas luces, política. A eso fue que vino Rugeles.

En pleno Siglo XXI considerar que la administración pública o el funcionamiento del Estado es un hecho técnico es por lo menos una auténtica burrada. Y aun peor: pretender que lo tenemos que creerlo es una bofetada a la dignidad y el conocimiento de las personas profesionales e intelectuales. Es diáfano que las ideas y el poder político son instrumentos para perpetuar algunas élites o clanes dominantes, o por el contrario, para dar paso al cambio y al gobierno de otros sectores sociales alternantes. El vergonzante Rugeles no quiere que se sepa que se alindera con quienes perpetúan el atraso y la corrupción en Santa Marta. Al igual que el candidato a la gobernación que prefiere llamarse el Mello, quitándose el lastre político del apellido Cotes. Algo así como lo hizo aquel copartidario de Rugeles que en el pasado reciente prefería tan solo llamarse Álvaro.

Sería inaudito creer que tenemos un alcalde que no tiene ideas políticas, es decir, que está inmunizado ante creencias, valores, opiniones y conocimientos. Que se pretende sin concepciones teóricas como sujeto social no perteneciente a una clase, grupo, etnia, partido, iglesia, etc. Si de verdad Rugeles cree en lo que ha dicho, es decir que es un técnico que no pertenece a ninguna clase política ni le responde a ningún grupo político, entonces, en vez de ser un acto de un avivato más, sería una declaración estúpida de tiempo completo. El tema es que no le creemos.

A Rugeles tenemos que decirle que no nos meterá el dedo en la boca. Que identificamos plenamente su conservadurismo recalcitrante y que observamos con indignación su manipulación politiquera. Que no es apolítico, sencillamente porque nadie puede serlo, que lo que hace en Santa Marta lo delata como un político perverso, pues una forma mínima de hacer política es decirse indiferente ante los acontecimientos de la sociedad. Es declararse apolítico.

De manera que pretender ser indiferente ante la política es una forma hipócrita de hacer política. O mejor: de hacer politiquería. Quienes estimulan el apoliticismo inculcan indiferencia y resignación entre algunos sectores populares, especialmente los jóvenes, a través de la consigna de que nada se puede hacer en manos de la política para poder lograr sociedades más justas y más amigables con el medio ambiente. El conformismo es uno de los componentes aliados del apoliticismo. Y es lo peor que le puede ocurrir a una sociedad.

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