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Por qué estudiar es importante: he aquí mi anécdota personal no contada antes

En 1980, un grupo de estudiantes recién graduados del Liceo Celedón de Santa Marta, más exactamente del curso 6A, partió a Medellín en busca de un sueño: estudiar medicina en la Universidad de Antioquia.

En el pequeño grupo integrado por diez personas me encontraba yo, con el mismo anhelo de todos: inscribirme para pasar en medicina. Pese a que para esa época se decía que nadie de otras regiones del país ingresaba en la medicina de esa universidad, todos nos inscribimos para lo mismo, menos uno de nuestros compañeros y quien se inscribió en veterinaria. Al final fue el único que pasó y se demostró una vez más que para medicina era muy difícil que un estudiante de la provincia pasara en esa profesión en la de Antioquia. Hoy en día ese compañero es uno de los mejores veterinarios que tiene Santa Marta.

Tristes o desilusionados emprendimos el viaje de regreso a Santa Marta, no obstante, yo retornaría a la Ciudad de las Flores un año después, a volver a hacer realidad el sueño de al menos estudiar en Medellín. Volví en noviembre, cuando en aquella metrópolis todavía ni siquiera Pablo Escobar era famoso. En esa ocasión no me presenté en medicina ni siquiera en la misma universidad, sino que lo hice en la Universidad Nacional y en la carrera de Ingeniería de Petróleo, la cual para ese entonces era una carrera nueva y era la única que estaba disponible en esos momentos.

Se presentaron más de cinco mil personas, por lo que se me imposibilitaba que yo, un estudiante de la provincia de la costa norte de Colombia, aunque del otrora glorioso Liceo Celedón, pudiera tener siquiera un resquicio de oportunidad de ganar el examen de admisión y entrar a ese claustro superior público.

Recuerdo muy bien que el examen consistió en responder un extenso cuestionario de unas 10 hojas y en las que se preguntaba de todo: cultura general, matemática, cálculo, trigonometría, química y hasta razonamientos abstractos.

Al final, uno no supo si respondió bien o mal por tantos interrogantes. Sin embargo, ese día, me sentí orgulloso de sí mismo, porque contesté de manera rápida todas las preguntas y me importaba un bledo si pasaba o no la prueba, pues a la postre yo no quería estudiar ingeniería de petróleo, sino filosofía y letras, aunque mi hermana la mayor, quien me iba a pagar los estudios, soñaba con que algún día yo sería el primer médico de la familia.

Cuando le dije que había realizado el examen de admisión para la carrera de ingeniería y petróleo se enojó y me dijo que su deseo era que estudiara medicina y punto. Le expliqué que en todas las universidades públicas de entonces en esa Capital de las Montañas ya habían cerrado inscripciones para medicina y la única disponible que encontré fue ingeniería de petróleo en la Nacional, de la cual no sabía a ciencia cierta de qué se trataba.

Ella, bastante desilusionada, me dijo entonces que volviera a intentarlo en la única universidad pública costeña que para la época ostentaba una facultad de medicina: la U de Cartagena. No obstante, antes de emprender de nuevo mi segundo viaje de regreso de Medellín, quise hacerlo después de ver el resultado del examen de admisión que hice en la U Nacional, para lo cual tuve que esperar cinco días, cuando salió publicado en el periódico El Colombiano.

Ese día, bien temprano por la mañana, eran como las 6:00, había una tierna neblina que parecía cubrir a todo Medellín. Sin embargo, yo salí a comprar el periódico en la esquina de una cafetería que funcionaba a dos cuadras de donde estaba hospedado. Sabía de ante mano que ese día, salía publicado el resultado del examen de admisión a la U Nacional. Inicialmente vi en la primera plana del periódico el anuncio sobre que estaban incluidas en la edición de ese día, en páginas interiores, los resultados de la prueba admisoria y de inmediato compré el diario.

Acto seguido, le pedí al encargado de la panadería que me sirviera un café bien caliente con un “croissant” crocante. Luego me senté ante la única mesa vacía que había en esos instantes allí y abrí el periódico en la parte donde yacían los resultados del examen. Confieso que en esos segundos ni los nervios afloraron, pues nada temía si no pasaba, antes por el contrario, sería lo más lógico o recomendado. Por eso tal vez, con pasmosa paciencia, empecé a leer los diferentes y prolongados números que estaban impresos en sendas columnas a lo largo y ancho de cuatro páginas de aquel periódico de tamaño universal.

Cuando revisaba la segunda página, encontré el número que me correspondió en la inscripción para hacer aquella prueba: ¡Increíble! Había pasado el examen y en consecuencia me habían aprobado el ingreso a la Universidad Nacional en la facultad de ingeniería de petróleo. Confieso que me puse contento, quise gritar a todo pulmón: ¡Pasé, pasé! Pero enseguida reflexioné y me dije que al final, aquella hazaña, no se iba a poder culminar por completo, ya que ni yo quería estudiar la ingeniería de petróleo ni mi hermana, quien me financiaría los estudios, lo querría tampoco, porque ella anhelaba que estudiara medicina.

Por eso es que hoy en día yo digo que estuve a punto de ser ingeniero de petróleo o médico antes que periodista y de cuya profesión no me arrepiento como si de no haber estudiado las otras dos mencionadas anteriormente.

Álvaro Andrés Cotes Córdoba, Santa Marta, agosto 31 de 2019.

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