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Volver a la Escuela: Una Incertidumbre Total

Por Carlos Payares González

Eso de creer sin las evidencias analíticas que una vez pase el Covid19 vamos a regresar a la “normalidad” en que vivíamos, es un eufemismo que pretende ocultar la penosa realidad que la pandemia, en cierta medida, nos ha develado: una extrema desigualdad e inequidad reinantes en el planeta como resultado de un modelo de desarrollo rapaz e insensible. También es una utopía el pensar que dado que la pandemia ha desnudado la esencia de muchos de nuestros males, por tal razón, irrumpirá como por arte de magia un nuevo modelo de desarrollo o sociedad (“una nueva normalidad”) que contempla, ahora sí, el respeto y despliegue de la dignidad humana y del medio ambiente.

En realidad la especie humana nunca ha vivido en un mundo que pueda llamarse “normal”. Aún las aberraciones propias de la naturaleza y de la sociedad se han regido siempre por algún tipo de normas. Así sean diferentes a las predominantes. Es por eso que sabemos que lo patológico hace también parte de la “normalidad”, de una normalidad con otras normas. Por el contrario, lo que no debemos es regresar a la misma “normalidad”: aquella contemplada por desigualdades, discriminaciones, inequidades, exclusiones, pobreza, abandono, atraso, marginalidad, hambre, desempleo, mala educación, mala salud (enfermedades epidémicas y endémicas), violencias, corrupción, destrucción del ambiente, falta de seguridad y de cultura ciudadana, etc., males todos en los que hemos aprendido a sobrevivir durante muchos siglos.

Ahora se pretende convoca de nuevo a niños y jóvenes a retornar a las aulas de clases. Como si estuviésemos en una etapa de la pandemia en que todo ha quedado aclarado en manos de las ciencias o lo que es más grave en manos de las creencias. En Corea del Sur retornaron a las aulas loss escolares para que en diez días volvieran a cerrarlas por nuevos brotes del Covid19. Además fueron cerrados los parques y museos para restituir a pleno las recomendaciones del confinamiento y de la higiene personal, como únicas herramientas viables que impactan contra el contagio del virus.

No cabe duda que el cierre de los establecimientos educativos convulsionó a los estamentos educativos, entre estos, a los padres de familia. Durante la pandemia nuestro Sistema Educativo no ha podido responder a plenitud por una educación que supere lo presencial y que recoja eficazmente propuestas basadas en la cibernética. La pandemia cogió a muchas instituciones educativas sin amplias posibilidades tecnológicas y con muchos profesores que aun por costumbre no permiten que sus estudiantes en las aulas hagan uso de aparatos móviles tales como celulares, tabletas y computadoras personales.

Lo que parece cierto (hasta hoy) es que la única manera de “aplanar la curva de contagio” para poder evitar el colapso del enclenque Sistema de Salud colombiano es el aislamiento de las personas, tanto las sanas como las infectadas. Un hecho en contravía al desarrollo de los roles sociales y económicos de las personas, contrariando la naturaleza social de la especie. Somos humanos porque somos sociables. Sin embargo, era la única forma de reducir las tasas de contagio y mortalidad, especialmente, en aquellas poblaciones que son las más vulnerables. Medidas que se tornaron problemáticas porque fueron tomadas como si en todos los sectores sociodemográficos operaran las mismas condiciones y una legitimidad o mandato social del Estado. Un grave error dado que el Estado ha sido ausente (no solo por el achicamiento neoliberal sino por una ausencia plena en la educación, salud, empleo, seguridad, en mucha extensión del territorio nacional) en buena parte de la población para la resolución de problemas y satisfacción de las necesidades. Hecho este que se relaciona con una ausente o débil cultura ciudadana.

No se aplana la curva de contagio y mortalidad acentuando el riesgo de una manera delegada como se pretende por parte del Gobierno Nacional en el sector educativo. Esto es autoengaño. Ahora se pretende que sean los padres de familia quienes ante la circunstancia de tener a sus hijos en casa aprendiendo o asistiendo virtualmente a las clases, sean ellos precisamente los que digan si están de acuerdo con la apertura de las instalaciones escolares. Esto es una receta evasiva de las responsabilidades que competen al Estado ¿Qué dicen epidemiólogos, microbiólogos, infecto logos, salubristas, etc.? ¿Quién sabe que han dicho o recomendado? Pero además con un agravante: en el caso de las instituciones educativas que son públicas, una buena parte de estas no tienen, ni han tenido, las condiciones locativas sanitarias mínimas por saecula saeculorom aun en los tiempos “normales” ¿Cómo se garantizará las condiciones de una higiene personal en niños y niñas y de un distanciamiento o aislamiento físico adecuado?

Parece lógico que entre más se incremente la interrelación social, más posibilidades de contagio existirán. En esto no nos podemos echar mentiras o construir engaños. Necesitamos aplanar la curva con las verdades de las disciplinas científicas cuyo objeto de estudio, entre otras cosas, son las pandemias. No podemos afirmar a la ligera que podemos regresar al mundo anterior de la pandemia simplemente masticando chicles.

Pensar que nuestras instituciones educativas están preparadas para que los estudiantes regresen es olvidar, especialmente en el campo de la educación oficial, que ni siquiera estaban preparadas para educar sin que existiese una pandemia. Muchos de nuestros colegios siempre han funcionado con la constante de la anormalidad. Con la falta de una adecuada infraestructura (los estudiantes no tienen donde hacer de manera digna sus necesidades fisiológicas), carentes de recursos tecnológicos y de demás medios necesarios para una enseñanza-aprendizaje esencial y significativa (todavía son prohibidos el uso de equipos portátiles que bien podrían ser ayuda para la enseñanza-aprendizaje en el aula de clases). Con un cuerpo de docentes mal pagado, con un bajo estatus social y con ciertas deficiencias reconocidas.

Escuelas con alumnos mal nutridos. Discriminados muchas veces por su situación de pobreza, de género, etnia, raza o diversidad sexual. Sin cobertura en salud. Escuelas sin fuentes de agua potable y muchas veces sin alcantarillado, sin acceso a Internet, escuelas con cobertura muy baja en la educación media, escuelas con bachillerato que no cualifican para la vida ciudadana y tampoco para el trabajo productivo. Con falta de maestros y personal administrativo. Es decir, escuelas que no educan o educan mal para que la gente pueda vivir mejor en esta vida ¿Volverán nuestros niños y niñas a esa “normalidad” a todas luces indeseable? Escuelas que no están preparadas para enseñar mucho menos para enfrentar una pandemia.

¿Cómo explicar entonces que nuestros centros hospitalarios y nuestras escuelas no estén en condiciones de enfrentar la pandemia del Covid19? Me refiero ahora a la pandemia de la corrupción, la evasión de impuestos que compromete la inversión social que beneficiaría a las mayorías. A los corruptos que han manoseado nuestra democracia hasta convertirla en una máscara de engaño y que, además, nunca paran aun en las peores crisis de hacer sus aleves negocios. Cada año los corruptos se roban en el mundo un trillón de dólares del presupuesto público y, a su vez, con la evasión fiscal esa cifra se triplica. Con esos dineros se erradicaría la pobreza en todo el mundo. Son los pobres (los más vulnerables) los que más sufren los efectos de la corrupción.

Requerimos de una formación cívica, cultural, humanista (humanizante), para que después que pase la pandemia del Covid19 emerja una ciudadanía sensible que posibilite cambios o transformaciones para el bienestar social o colectivo. Que reclamen a toda hora una ruta permanente de acceso a los derechos ciudadanos. Para ello es necesario aplanar la curva de la pobreza y la desigualdad.

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