Colombia

Pobreza y Covid19

Por. Carlos Payares González

Hay siempre gente que prefiere especializarse en síntomas para dejar intacta la enfermedad. Me refiero a una recurrente negación relacional entre modo de vida y enfermedad. Son aquellos que bajo un subconsciente religioso buscan siempre la culpa en los afectados que por la desobediencia se merecen el castigo. En el caso del Covid19 esto es una estupidez porque desde el punto de vista médico todas las enfermedades son legítimas. No aparecen de la nada, sino que están entre nosotros como un hecho natural, lógicamente, en el caso humano, subordinado a las leyes de la sociedad.

La pregunta que hay que hacer en aquellos poblados donde impera la pobreza y la desigualdad es la siguiente: ¿Cómo influyen estas variables en la distribución y desenlace de la enfermedad? También, es válido preguntar el cómo influye a su vez la enfermedad en la generación o acentuación de pobreza y desigualdad. Todo parece indicar que fue necesaria la aparición de la pandemia para mostrarnos lo que era visible desde décadas y hasta centurias: la pobreza y desigualdad en algunos de nuestros pueblos.

 

Cuando hablamos de pobreza y enfermedad estamos tratando de entender por qué los pobres toman decisiones que son casi siempre desacertadas, lo que a la larga, permite que algunos incurran en una revictimización. Es como echarle la culpa al muerto porque se le atravesó a la bala ¿Por qué tanta indisciplina o desobediencia social ante las normas de confinamiento y de higiene personal para la prevención del Covid19 en Pueblo Viejo y Ciénaga? Para muchos la respuesta está a la vuelta de la esquina: porque estas personas tienen defectos de personalidad. Sin embargo, un intelectual o un político (especialmente de izquierda) no pueden caer ante esta elemental tentación.

 

Recomiendo entonces el buscar explicaciones en el contexto de la escasez. La gente tiene una manera de pensar y de actuar acorde a la identificación de lo que vive o de lo que le hace falta. Y en la pobreza son muchas las cosas que en realidad hacen falta. Es cuando la escasez hace que la gente se concentre en lo necesario e inmediato. La supervivencia. La pobreza no puede de manera alguna entregarse al descanso o al confinamiento sin que se le resuelvan sus necesidades más vitales. Por eso aquello de “quédate en casa” son meros cantos de sirenas: ¿Cuál casa? No son mansiones. En los términos de la pobreza son casas tugurízales o inquilinatos dentro de los cuales existe hacinamiento, es decir, no es nada fácil vivir ¿Cómo resolver la atención de necesidades básicas como la alimentación, por ejemplo, sin trabajar?

La solución de carencias de las personas que son pobres está en el inmediatismo. No pueden parar. Actúan siempre en tiempo presente para sobrevivir en el día y volver a empezar de nuevo en la mañana inmediata. En realidad no entiendo como altos funcionarios no se dan cuenta de esto. Es por eso que la Policía los atropella. No se preguntan cómo incide pobreza y desigualdad en la difusión y desenlace de la peste. Convierten de esta manara a pueblos enteros en pueblos invisibles. El Paciente o la Enfermedad trastocan la idea de Ciudadano. Solo se cuentan enfermos y muertos. También los recuperados. Pareciera que no supieran que los pobres toman decisiones desacertadas que los hacen más vulnerables no porque sean ineptos, sino porque viven en un contexto en el que no es nada fácil acertar. Por eso el autocontrol se asume como un reto casi imposible.

Y esa disonacia mental o cognitiva, propia de la pobreza, no se corrige a trancazos. La gente parece cambiar de opiniones y de acciones cuando se le confronta con la realidad por desagradable que esta sea. Y en este caso la realidad es que el modo de vida de los puebloviejeros (y buena parte de los cienagueros) está bajo estándares del Cuarto Mundo. Las visiones del mundo que la gente tenga no son como un juego de Lego en donde unas piezas se agregan y otras se quitan. Incluso, la información y la educación solo logran cambios de manera gradual. En veces, por el contrario, refuerzan la manera de pensar y actuar tradicional. Y esto no es distinto en política. Muchos estudios han demostrado que el voto de la gente no está determinado por la información que recibe durante la campaña, sino por la percepción que tienen de su propia vida y de las ideas que han construido durante el tiempo. Una crisis puede proporcionar oportunidad para una apertura de nuevas formas de pensar y de actuar, pero también es cierto que puede apuntalar viejas convicciones o creencias.

Una crisis (separar/cribar) como la que vivimos a raíz del Covid19 debería servir para la toma de decisiones fundamentales. Tales cómo acabar o disminuir la pobreza y la desigualdad en poblados como Pueblo Viejo, Ciénaga y otros en similares condiciones socioeconómicas. No podemos seguir ante la falta de bienestar de estos pueblos en un estado de coma, o sea, en un sueño profundo, que no nos deja ver la triste realidad. Tanto el Gobierno Nacional como los departamental y municipal deben asumir una responsabilidad en la praxis misional para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.

No obstante reconozco que cuando una crisis se presenta esta es enfrentada con las ideas que en efecto predominan. Estamos siendo administrados muchas veces por hombres (administradores o tecnócratas) que siempre están dispuestos a “resolvernos los problemas y organizarnos las cuentas”… las decisiones que nos presentan o que se toman siempre son consideradas como las prioritarias o de cierta necesariedad perentoria. Como si estos, los burócratas de Estado, fuesen unas instancias neutrales u objetivas. Sabemos que no lo son ni lo serán.

La realidad hace necesario soñar para poder construir nuevas utopías y no seguir administrando el fracaso de la pobreza. Necesitamos de pensadores que no sean contemplativos de la realidad sino de ideas utópicas para poder cambiarla. Las ideas por descabelladas que parezcan son las que de verdad han cambiado al mundo. Y lo seguirán haciendo. Al menos las utopías siempre servirán para caminar en busca de ellas y no quedarnos siempre detenidos en el mismo punto. La Política no es “el arte de lo posible” sino el arte de hacer inevitable lo imposible.

Los habitantes de Pueblo Viejo y de Ciénaga no resisten más una política (con minúscula) resignada a lo sensato o lo aceptable. Hay que proponer soluciones que sean impactantes así los guardianes del statu quo las consideren irrealizables o insensatas. Ante situaciones tan críticas los auténticos políticos (los que hacen Política con mayúscula) deben superar las limitaciones de la Ventana de Oberton, es decir, no hacer una política de realizaciones aceptables o sensatas tras el afán de cautivar y mantener una cauda electoral. La Política siempre ha sido el coto de la izquierda. “Seamos realistas, pidamos lo imposible” era la consigna de la rebelión de Paris en mayo de 1968.

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