Colombia

Ni besos ni abrazos

Por: Jorge Soto Daza

Si algo nos ha mostrado la llegada del coronavirus a los colombianos, es que somos un pueblo abrazadorcito y besador. Tanto es así, que a pesar de las recomendaciones de las autoridades de salud, da pena dejar a alguien con la mano estirada cuando nos la extiende para saludarnos o, peor, con el pico como pato, a quien nos ofrece su mejilla.

Esto tiene todo que ver con los usos y costumbres sociales, y lo difícil que resulta cambiarlos. Empieza a entender uno, por qué a una sociedad desordenada como la nuestra, le cuesta tanto empezar a organizarse. La autoridad que llega con ganas de lograr que nos ordenemos, es tratada como dictatorial o cosas peores. Aborrecemos el orden, en términos generales, y eso explica buena parte de nuestros males.

En la misa de hoy, si es que se animan a ir, presten atención al momento de darse la paz. Cómo, segundos antes de que el sacerdote anuncie que es hora, empezarán las miradas temerosas, algunos de reojo se harán los que no ven al vecino, otros darán un pasito a un lado para no tener contacto con la persona que, seguro le ofrecerá su mano y algunos más abandonarán antes de verse en calzas prietas. Ya estarán en el atrio cuando suene la frase: “dense la paz”. Cundirán las miradas nerviosas, pero sobrarán los que por mera vergüenza, estrecharán igual la mano del que se la ofrece, porque es de mala educación dejarlo así y porque pesa el protocolo.

Guillermo Culel, dijo en una conferencia en el Encuentro de Periodismo de Investigación que organiza Consejo de Redacción, que en la mayoría de los casos vamos a las oficinas porque queremos, porque buena parte de esos trabajos ya los podemos hacer desde cualquier terminal remota. Lo dicho, vamos al trabajo por el abracito, pero entiendan que algunos repelemos tanta melosería y manoseadera. Aprovechemos para dejar de una vez por todas tanta tocadera.

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