Colombia

La Falsa Promesa del Covid19

Carlos Payares González

Sé que algunos están esperando que la crisis pandémica nos lleve a otro nuevo orden. Y esto se dice más con el deseo que con la razón: que el mundo en que vivimos nada podrá seguir siendo igual después del Covid19. Sin embargo, si nos atenemos a ciertas teorías y leyes de la sociedad, tendremos que decir que un virus, por sí mismo, con todos los estragos y develaciones que produzca, no nos hará mejores ni peores. En este caso tendremos que esperar cuál será la respuesta de la gente. Lo que la gente piense y quiera. Las sociedades cambian cuando la mentalidad de la gente se atreve a reclamar o buscar el cambio. Muchas veces esto es el resultado de cambios sustanciales en las relaciones sociales y los avances tecnológicos. También se sabe que ciertas desgracias naturales en vez de promover cambios lo que hacen es reforzar lo que ha sido establecido con anterioridad como lo normal o lo natural.

En este tipo de crisis todo el mundo tira su propia atarraya para ver que puede pescar. Y mucho más si se trata de una democracia que es dirigida o de un totalitarismo que es invertido. Vivimos, como es el caso de Colombia, bajo una democracia de retórica (decadente) dentro de un sistema donde la corrupción es el pan de cada día. Es fácil encontrar como el poder corporativo se ha establecido en el control del Estado constituyéndose en un determinante de las exiguas políticas sociales y públicas. La ciudadana ha sido transformada en un elemento marginal en la democracia dirigida o cooptada. De esta manera la ciudadanía queda redefinida como una simple montonera de encuestados que como actores activos (deliberativos y participativos), como un objeto de manipulación que como seres o comunidades con autonomía.

Como si los ciudadanos fuesen niños de escuela, solo se les socializa (una información dosificada) cuando no se les impone lo que el Estado, por medio de sus funcionarios, quiere o considera que se debe hacer. En un escenario como este, nos podemos preguntar: ¿Es posible la democracia cuando la cultura dominante en la economía fomenta conductas y valores antidemocráticos? ¿Es posible la democracia cuando el mundo del liderazgo político y social es la mayor fuente de corrupción institucional?

Es dudoso construir o profundizar la democracia cuando en la estructura política la ciudadana ha quedado reducida a una masa electoral cuya potencia participativa consiste en elegir candidatos que hacen uso de toda clase de truculencias, amparados en colaboradores adinerados que “donan” millones de pesos para la campaña, de manera que mucho antes de ser elegidos están comprometidos seriamente con sus colaboradores, por lo que su ejercicio de liderazgo político consiste en aplicar habilidades antiéticas en la gestión misional del Estado una vez se posesionan en los cargos de importancia posteriormente a las elecciones.

La corrupción en nuestro caso no es una anomalía circunstancial sino un elemento esencial o estructural para el funcionamiento de la democracia dirigida. Así mismo esto genera una incompetencia institucional. El arraigado sistema de sobornos y de otras formas de corrupción no incluye necesariamente la violencia física pero se emplean mecanismos que llevan a la oposición política de las masas a un estado de ineptitud ante las decisiones fundamentales del Estado. Entendiendo por ineptitud a la falta de soberanía y analfabetismo político. Es cuando la gente se queda en casa apoyando con su apatía las políticas de las élites corporativas que nos gobiernan.

Las cosas cambiaran cuando la gente se da cuenta del poder que tiene para lograrlo. El cambio no es inherente a la capacidad de un virus de contagiarnos o de matarnos. Lo que para un hombre vale es lo que el hombre quiere […] y quiere de acuerdo con lo que es. La capacidad de un hombre estriba, entonces, en valorar lo que quiere y lo que no quiere. Para salvarnos tenemos que saber cuáles son las causas que nos atribulan ¿Tenemos acaso la fuerza para forjar nuestro propio destino? Claro que sí. Esto es posible solo con la fidelidad sólida de querer cambiar las cosas, con la CONVICCIÓN y la tenacidad de nuestra ACCIÓN. No existen salvadores predestinados ni accidentales o circunstanciales.

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