ColombiaMagdalena

Covid-19 / Pobreza y Miseria

Daniel Payares Montoya
Ingeniero Administrador de EIA
Magíster en Políticas Públicas Universidad Católica de Chile
Magíster en Prácticas de Desarrollo Universidad de California. Berkeley, EEUU

La semana pasada se conocieron imágenes de un camión cargado de combustible que se accidentó en la carretera que une a Ciénaga (Magdalena) con Barranquilla (Atlántico), a la altura del corregimiento de Tasajera perteneciente al municipio de Pueblo Viejo. Lo escalofriante, sin embargo, no fue el accidente en sí mismo, sino la tragedia que vino después cuando un número indeterminado de habitantes de la zona decidieron extraer a su manera el combustible y algunas de las autopartes del camión volcado. Tanto los policías que e hicieron presentes como el conductor del camión accidentado no pudieron hacer nada para evitarlo.

Todo parece indicar que tras el intento de una de las personas por hacerse con la batería del camión, se desató una chispa que provocó un incendio con explosión que atrapó a quienes aún extraían la gasolina y las mismas autopartes. Algunos murieron en el lugar mientras otros fueron trasladados a diferentes hospitales de la región y Bogotá. En estos momentos un total de 41 personas han fallecido.

Lejos de tratarse de una situación en la que se pueda condenar de buenas a primeras la acción de estas personas, señalándolos de ignorantes o maleantes o vándalos, hay que entender el contexto en el que esta circunstancia se presentó. De acuerdo con el Gobernador del Magdalena, Pueblo Viejo tiene una tasa de pobreza superior al 58%, más de dos veces la tasa nacional; una informalidad laboral de más del 94% (la nacional ronda en el 50%); una cobertura en educación media que no pasa del 30% y un analfabetismo del 14%. La infraestructura de servicios públicos es prácticamente inexistente. En las casas del corregimiento de Tasajera no existe servicio continuo de agua potable pese a que se han construido dos acueductos en la última década que no suministran el servicio. Las interrupciones en el servicio de energía son demasiado frecuentes.

La pesca, otrora principal actividad económica del lugar, tiene un bajo nivel de tecnificación y la crisis ambiental que padece la Ciénaga Grande de Santa Marta desde hace décadas, hace imposible que pueda ser la fuente de sustento de quienes allí habitan. No son pocas las crónicas periodísticas que han documentado cómo los habitantes del lugar viven en medio de la basura, el hambre y la inseguridad, sometidos a condiciones que no difieren en muchos casos a las de los países más pobres del África Subsahariana.

Un artículo publicado en la revista Jangwa Pana de la Universidad del Magdalena en 2006, titulado “Pelicano Esmechado: un platillo de sobrevivencia”, documentó cómo en medio de la precaria situación los lugareños, incluso, se ven obligados a cazar aves como el coyongo, la tijereta, el chorlito y, por supuesto, el pelicano para poder mitigar el hambre.

Los habitantes de Pueblo Viejo, como los de todo el Magdalena, han sufrido además durante décadas los embates de la violencia en cabeza de organizaciones criminales, las guerrillas y los paramilitares, quienes no pocas veces se han aliado con la clase política local, tanto departamental como la nacional para preservar su control e influencia en el territorio. Incluso, en épocas de bonanza económica, la desidia, la indiferencia y la ineficiencia de los gobernantes de turno, ha evitado que la población pueda acceder a algo de progreso. Por el contrario, cuando han podido se han apropiado de lo poco que les corresponde en materia presupuestal directamente o a través de los llamados “elefantes blancos”.

Para rematar, la pandemia y el confinamiento se ha encargado de poner más presión sobre la gente de Pueblo Viejo, así como de otros municipios y corregimientos del Magdalena, que son, así suene increíble, iguales o aún más pobres. Es entendible que algunas personas en medio de su desconocimiento de la miseria que han soportado a diario durante décadas los habitantes de este municipio y, en particular, Tasajera, reclamen por la falta de control de las autoridades para evitar el saqueo de los vehículos que sufren algún percance en la vía que por allí pasa, así como un mayor autocontrol y civismo de quienes viven en la zona. Pero en este caso es evidente que no se le puede pedir a alguien que vive en las circunstancias descritas que no trate de aprovechar cualquier situación, por riesgosa que sea, para mejorar marginalmente sus circunstancias de vida, así sea por unas cuantas horas.

Todo indica que no es lo mismo vivir en Suecia, Holanda, Bogotá, Barranquilla o Santa Marta, que vivir en las precarias condicione de Pueblo Viejo o de su corregimiento de Tasajera. La realidad en este caso no es la misma.

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