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Teatro Santa Marta, el único sin un rival digno en ninguna de sus épocas

Al rededor de él surgieron y murieron muchas salas de cine que, a pesar de proyectar películas triple equis, las populares y embusteras películas chinas y presentar delante de sus pantallas, shows en vivo de strip-tease, el Teatro Santa Marta se caracterizó por ser de mayor caché o un lugar en donde solo se presentaban producciones culturales, concursos y estrenos de películas serias e importantes tanto para niños, como para adolescentes y adultos.

Por ejemplo, en los 70, la época en que yo más lo visité, Santa Marta vivía el boom de la bonanza marimbera, con todos sus juguetes: wisky, vehículos rángeres, plomo va y viene, pastillas LSD, sin embargo, en ese entonces, había una juventud que surgía alejada de todas esas insanas tentaciones de aquella dorada u oscura década y se dedicaba a otros hobbys más sanos, con mayor ingrediente cultural, como a escribir, cantar y bailar.

Entre ellos estaba yo, pero no como aficionado a la escritura todavía, sino con el entusiasmo de querer expresar lo que por ese tiempo más me gustaba: que era cantar y bailar música romántica y psicodélica respectivamente o como le decían a esta última también: música de disco o de discoteca.

Mis ganas al baile se evidenciaron más, cuando llegaron al Teatro Santa Marta las primeras películas de John Travolta: “Sábado Fiebre por la Noche”, “Footloose” y “Brillantina”. Eran los finales años de los 70. Yo tenía 17 años de edad. No recuerdo muy bien cómo logré conseguir plata para entrar, pero me vi cada una de esas películas tres veces, solo con el propósito de aprenderme los pases y coreografías de los bailes que el protagonista, John Travolta, tenía en su repertorio de intérprete principal.

Y me los aprendí casi todos e incluso uno que ni siquiera lo puse en práctica cuando iba a las casetas y fiestas, porque demandaba mayor esfuerzo y espacio, como fue el de subir sobre los hombros a la pareja y dar vueltas por toda la pista.

Sin la existencia del Teatro Santa Marta, los jóvenes de entonces no hubiéramos visto jamás esas películas, pues en las otras salas de cine que para la época existían en la ciudad, como La Morita y Variedades, estaban dedicadas a exhibir solamente las XXX, las chinas con sus personajes que hasta volaban e incluso peleaban en duelos de espadas sobre las nubes y hojas de los árboles.

Es decir, en su existencia por todas las épocas de la ciudad, el Teatro Santa Marta siempre se mantuvo para lo cual fue construido: un lugar con proyección cultural. En el actual tiempo, cuando existen nuevas salas de cine en los grandes centros comerciales de la ciudad, ahora con una mejor actualización arquitectónica y unas modernas dotaciones, el Teatro Santa Marta vuelve para seguir siendo el único sin un rival digno en ninguna de sus épocas.

Por Álvaro Cotes Córdoba

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