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Mi anécdota con Mercedes Barcha y su esposo Gabo

Por Álvaro Andrés Cotes Córdoba

En julio del año 1991, cuando yo era corresponsal de El Heraldo en el Magdalena, tuve mi primer y último encuentro con el único Nobel de Literatura que ha tenido Colombia en toda su historia, Gabriel García Márquez.

El encuentro que yo llamé después: “el encuentro de dos mundos diferentes”, ocurrió en el extinto restaurante de Pincho, el cual estuvo ubicado por muchos años en El Rodadero de Santa Marta.

No fue un encuentro casual sino obligado, porque como Gabo era muy amigo de Juan B. Fernández Renowitzky, el director de El Heraldo en el entonces y con quien se había relacionado por muchos años, cuando Gabo escribió en ese diario una columna llamada La Jirafa, tenía que ir a entrevistarlo como sea, porque la noticia tenía que salir publicada en exclusiva y al día siguiente, en El Heraldo.

Por orden de “Juan B”, como le decíamos los corresponsales en ese tiempo al director de El Heraldo, me fui junto con el también corresponsal de El Heraldo en el Magdalena, pero en la reportería gráfica, Francisco ‘Pacho’ López, a entrevistar a Gabriel García Márquez, quien a esa hora se encontraba visitando a su amigo ‘Pincho’ Padilla en su restaurante famosísimo de El Rodadero.

Por fortuna para ambos, llegamos a buena hora, es decir, en el momento en que a Gabo y su esposa, Mercedes Barcha, junto a ‘Pincho’ Padilla y su señora, les servían sus almuerzos.

— Buen día maestro: mi nombre es Álvaro Cotes Córdoba, corresponsal de El Heraldo, su antigua casa. Estamos aquí por orden de su amigo Juan B. Fernández, quien nos envió a entrevistarlo.

Gabo se sonrió y al ver que en ese preciso instante los meseros del restaurante del anfitrión comenzaban a poner los platos, nos indagó: “¿Ya ustedes almorzaron?”. No, le respondí. “Bueno, entonces siéntense a una mesa y almuercen”, sentenció. Acto seguido, le hizo una señal a uno de los meseros, para que también nos sirvieran almuerzos.

Casi dos horas más tarde, después de reposar el almuerzo y cuando por fin Gabo se acordó de nosotros, me preguntó acerca de qué hablaríamos en la entrevista, ya que para él todo el mundo sabía de su vida. Y era cierto, después de ganar el premio Nobel, nueve años antes, lo había entrevistado todo el mundo. Es decir, me dio a entender que una entrevista demás en su famosa vida no serviría de nada y no aportaría nada nuevo y entonces me hizo la siguiente propuesta que por cierto tuve que aceptarla, porque no me dio ninguna otra opción:

“Escribe lo que viste aquí”. Luego se levantaron de la mesa, él y su esposa, al igual que ‘Pincho’ Padilla y su señora y se despidieron de nosotros. Después salieron por una puerta que daba a un parqueadero privado del restaurante de Pincho Padilla, se subieron en un vehículo que los esperaba ahí con su chofer y se marcharon. Desde esa primera y única vez, nunca más volví a ver a Gabo ni a su esposa Mercedes, quien durante el tiempo en que estuvimos en aquel extinto restaurante de Pincho Padilla, no la escuché decir una sola palabra, aunque se sonrió varias veces y sobre todo cuando su esposo se me acercó y me dijo que escribiera lo que viera, para no darme la entrevista. Yo me llevé la impresión de que Mercedes era una señora muy callada.

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