Editorial

Libertad de Prensa: ¿Quimera en el Periodismo?

Vivimos en un territorio que oscila entre los más bajos índices de transparencia y los más altos de corrupción a nivel internacional. Así mismo, somos uno de los más felices del mundo. Hemos de suponer que ese mal endémico de la corrupción nos penetra por los intersticios de la vida social, económica, política, cultural, etc. de todos los colombianos. En efecto, así ha venido ocurriendo. Día a día ocurre un escándalo tras otro escándalo en todas las modalidades de la corrupción. En verdad en Colombia no hay institución que haya logrado escapar a este fenómeno perverso de la corrupción.

No sé porqué aflora la sensación de que entre más se desgañita una persona hablando sobre su transparencia y su honradez, más envuelto se encuentra en los gajes y mieles de la corrupción. En las profesiones, como todo en la vida, son los hechos los que hablan por la gente. Sin embargo, cuando ocurre que a toda hora las personas manifiestan como preámbulo de cualquier opinión su transparencia e imparcialidad, incurriendo en explicaciones no pedidas e innecesarias, se debe posiblemente porque en la oculta realidad algo existe en el canto de la cabuya que le taladra su conciencia. Los hombres y mujeres correctos y responsables no necesitan estar haciendo antesala o alarde de su presunción de honradez. Son lo que son. Y la gente lo sabe.

Ahora, en el caso del periodismo, no existe razón alguna para que tenga que ser neutral cuando se trate de opinar en un medio de comunicación sobre una situación general o particular. En el periodismo es diferente lograr ser imparcial y lograr ser objetivo. Desligar la ideología de la información es a todas luces un imposible. Un sofisma. La presunción de pureza de la información ha sido una especie de cruzada utópica y hasta mentirosa que ni siquiera ha sido posible lograr a nivel de las mismas ciencias y, mucho menos, si se trata de las ciencias sociales. Existen periodistas en el medio, por ejemplo, que a la vez que informan llevan adelante una apretujada pastoral de orden religioso.

Otros moralizan insaciablemente sobre los problemas más acuciantes de una sociedad. Son esencialistas para juzgar al prójimo y, a la vez, circunstancialistas para defenderse de la crítica de los ciudadanos. Bien sabemos, ya lo dijimos, que el periodismo no es una ciencia sino una profesión, es decir, son las personas que lo ejercen, por lo que se encuentra imbricado en las ideas o marcos imaginarios de una sociedad por pequeña que esta sea.

Es tan compleja la función del periodista como la de historiar o filosofar. Por eso es conveniente que un periodista responsable de su quehacer entreviste especialistas en temas complejos que atañen a las comunidades, ya que en veces ofician como expertos y eso es sumamente atrevido porque puede pasar que las opiniones sesgadas, radicales y descontextualizadas, terminen contaminando la información. Uno podría preguntarse, por ejemplo, ¿desde qué perspectiva teórica algunos periodistas hablan de la existencia de “problemas de ciudad” ante los cuales debe haber una misma mirada y una misma solución? Algo así como si todos estuviésemos robotizados cuando realmente la observancia de los problemas se hace es a través del cerebro, de los conceptos que uno tenga, y no de los ojos. Un buen ejercicio de lo que queremos decir estaría dado por un “problema de planeta” que algunos (los críticos del fenómeno) llaman como el calentamiento global y otros (los responsables o encubridores) llaman como el cambio climático.
Lo más detestable de un periodista es transmitir como si fuese noticia lo que son en verdad sus opiniones personales. Y esa es la maña de un grupo de los autodenominados generadores de opinión. Aunque jamás es conveniente generalizar, sobre todo en hechos sociales, es difícil encontrar aquellos que actúen de forma distinta. Es por esto que son falaces aquellos que estando comprometidos con intereses económicos (contratos personales, contratos de la empresa que gerencian o de la que son propietarios, por ejemplo), o políticos (con filiación partidista abiertamente reconocida), dicen a pulmón pleno que son neutrales en tratándose de la información que ofrecen al público por diferentes medios de comunicación social. Son en este caso vergonzantes. Se ocultan, se acomodan, se mimetizan.

Son orgánicos al poder. Hoy hablan bien del político y mañana lo hacen mal, y viceversa. Es observable en este grupo que las mismas pasiones que impregnan a los ciudadanos comunes y corrientes, impregnan también a muchos de nuestros periodistas. Solo cuando se piensa y se habla bajo un rigor teórico, metodológico y ético pueden emerger atisbos de estarse diciendo al público lo que es más verdadero. En este caso ya no solo se informa sino que se forma sociedad. De lo contrario, cada uno tiene la camiseta puesta. Fotos y mensajes van y fotos y mensajes vienen.

Lo anterior no desconoce los riesgos que implica el ejercicio de una profesión tan importante como el periodismo. En un país recorrido por diferentes manifestaciones de una violencia inveterada los periodistas también hemos sido víctimas. Además de estos factores, que están relacionados directamente con la ejecución de la labor, los periodistas deben sortear otras situaciones, como las precarias condiciones labores, la falta de salarios dignos, la contratación por cupos publicitarios y las grandes cargas laborales. En buena medida estas circunstancias lo colocan en condición de vulnerabilidad.

No es menos cierto que el periodismo es una profesión que ha logrado una reconocida legitimidad social, pero que aún falta en su proceso inconcluso de profesionalización la más efectiva protección institucional sobre su monopolio operativo ante el desbordado intrusismo de puertas abiertas que en más de una ocasión le ha hecho daño y le merma en su autorregulación, al menos, en la posibilidad para determinar quiénes son los que pueden ejercerla. El indicador sociológico más determinante de que algo es una profesión, además de su mandato social, es su capacidad de autodeterminación de quiénes son los que están en condición de ejercerla, lo que aún pone en duda el papel de la academia para este logro ante el Estado colombiano.

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