Editorial

“Gobierno Abierto”: Una Forma de Defensa de la Democracia Participativa

Sanhay Pradhan estuvo recientemente en Medellín asistiendo a la Cumbre Anticorrupción de la OEA. Es uno de los miembros directivos de la organización Open Goverment Partnership para la promoción de “gobiernos abiertos” en el mundo. De lo que se trata es de llevarla democracia mucho más allá de los meros procesos electorales. La idea es que la gente común y corriente pueda modelar y vigilar a sus representantes en el gobierno, todos los días, en vez de solo votar cada cuatro años en la época electoral. Así mismo, es deseable que los gobernantes reconozcan, estimulen y propicien la participación ciudadana en los temas del gobierno. La idea es que los gobiernos sirvan con sus planes, programas y proyectos a los ciudadanos y no a los gobernantes como parece estar ocurriendo en muchos países, entre estos, Colombia.
Otra de las razones de la propuesta de “gobiernos abiertos” es que en muchos países la confianza de los ciudadanos ante las instituciones del Estado, los políticos y los mismos gobernantes se ha desplomado estadísticamente. Cada vez más un grueso número de personas manifiesta su desconfianza ante los gobiernos, perdiéndose tanto el mandato social que le corresponde al gobernante, como la legitimidad social de sus operaciones y acciones. Es decir, la gobernanza pasa por un trance famélico como resultado de la apropiación de los gobiernos por unos pocos con un ánimo patrimonialista y del abandono de las relaciones interactivas que se deben tener permanentemente con las comunidades.
De ahí que tanto la figura presidencial como la de otros altos cargos en muchos de los gobiernos no sobresalgan en las encuestas, sino que, por el contrario, estas develan una escasa aceptación tanto de las personas como de sus políticas y propuestas. Esta desconfianza en vez de fortalecer a la democracia la debilita. Al igual ocurre con el ejercicio de la política. En términos generales es sabido que buena parte de la gente no cree en los partidos políticos y, por lo tanto, en los políticos, a los que consideran como un signo inequívoco de incompetencia y corrupción. Y esto es tan evidente que hoy muchos políticos prefieren declararse independientes e inscribir sus candidaturas por medio de la recolección de firmas, en vez de tener avales asignados por partidos tradicionales francamente desprestigiados o en declive.
El Índice de Percepción de la Democracia (IPD), según el Barómetro de Edelman, encontró que para el 2018 el 64% de la gente que vive en países en donde se realizan elecciones consideraba que sus gobiernos rara vez consultan a los ciudadanos sobre el destino de esos países. Por el contrario, en muchos de estos, se señala que sus gobiernos son corruptos y por lo tanto no responden a sus necesidades. El tener o llevar a cabo elecciones no es prenda de garantía para que los ciudadanos opinen y participen sobre las políticas y servicios que impactan en su vida diaria. Son cuatro grandes tareas las que se deben realizar por los demócratas para evitar este desmantelamiento de la democracia: Mantener suficientemente informados a los ciudadanos y permitir formas de comunicación; incentivar a la ciudadanía para que participe en la construcción y evaluación de políticas y servicios del Estado; incluir en estos procesos a sectores marginados y vulnerables y, finalmente, mantener una actitud vigilante, de rechazo y de denuncia de la corrupción propiciada por élites gobernantes.
La corrupción, sea grande o pequeña, desalienta a la gente en la defensa de la democracia. La convicción que tiene mucha parte de la gente es que políticos y gobernantes solo saben esquilmar el erario, lo que abre las puertas al autoritarismo de toda clase de populismos, sean estos de derecha o de izquierda. Obviamente que el sector privado también es responsable al ser la otra cara de la moneda que soborna o compra a los funcionarios para lograr contratos o influencia. Solo con democracia y transparencia podemos desechar los factores subyacentes de la corrupción política y administrativa. En nuestro país, por ejemplo, hace falta un catálogo que señale los nombres o familias propietarias de las empresas y de aquellos que de muchas maneras han sido obsecuentes servidores contratados por estas familias para al menos advertir conflicto de intereses.
Lo de las empresas privadas juega un papel importante en Colombia en los procesos electorales, dado que muchos candidatos y partidos políticos son financiados “a debe” por dichas empresas, obligándolos, en caso de salir elegidos, a reponer con creces la inversión. De esta manera, tal vez en la única oportunidad de participación del ciudadano, las elecciones, se ve opacada por la indebida intromisión del dinero privado, cuando no, de organizaciones abiertamente delincuenciales como es el narcotráfico. No solo el voto es manipulado sino también los mecanismos de votación y de conteo de resultados. Si queremos defender nuestras democracias no debemos participar en este tipo de desviaciones, porque vulneran la voluntad popular y generan gobiernos que en vez de favorecer el progreso, el desarrollo, la justicia, la equidad, la inclusión, etc., propician pobreza y marginalidad social.
De ahí que luce conveniente en el proceso electoral que se avecina el mirar a aquellos candidatos que propician modelos elitistas de gobierno y aquellos que por el contrario tienen propuestas participativas e incluyentes. Mirar entre aquellos que solo saludan y abrazan durante las campañas y aquellos que colocan como referencia los intereses de los colectivos sociales por encima de los personales o familiares. Diferenciar entre aquellos que solo tienen como discurso promesas y aquellos que, además, nos hablan de los problemas y las necesidades que sufren los ciudadanos y de cómo resolverlos y cómo satisfacerlas.
Las elecciones, indudablemente, son un espacio de encuentro entre aquellos que les desagrada la democracia y de aquellos que están dispuestos a defenderla y profundizarla. El tema central es cuanta desmonopolización y transferencia del poder hacia la ciudadanía están dispuestos a reconocer los candidatos a los cargos de dirección del Estado. Le toca al ciudadano escoger entre el modelo indigno de beneficencia que ofrecen las élites o el modelo de gobernar con y para la gente. Así no votaremos por caritas amables y sonrientes sino por gente comprometida con el presente y futuro de todos. Ese es el quid de la cuestión.

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