Editorial

El efecto de las encuestas electorales

No se sabe el por qué a aquellos candidatos que les va mal en las encuestas quieren torcerle el pescuezo a las empresas que las realizan a pesar de ser serias y con una reconocida trayectoria nacional. La respuesta de Perogrullo siempre es que no creen en las encuestas porque la percepción que tienen de sí mismos es la de ser rotundos ganadores y, agregan como si estuviesen descubriendo el agua tibia, que la verdadera encuesta es la que ocurrirá el día de las elecciones. Sin lugar a dudas, son puras“frases de cajón, al igual que muchas de las respuestas que ofrecen ante los problemas y necesidades de nuestras comunidades.

Entre más próxima se encuentra la fecha electoral, aquellos que están abajo en las encuestas tratan de mostrarle a la opinión pública que aún respiran. Lo hacen bajo la idea de que el ciudadano común y corriente no los considere de antemano derrotados. Ahogados. Se tornan entonces en víctimas delirantes acuciadas por todos los afanes del mundo, hasta llegar, en algunos casos, al desquicio para tratar de subir la intención de voto. Algo que a todas luces es ilusorio porque la imagen de un candidato o candidata se construye con hechos, paso a paso desde el pasado hasta el presente, y no con bravuconerías, calumnias, injurias o vituperios contra los opositores. Todo el mundo sabe que están haciendo agua por todos los costados y les aflora entonces otra receta tradicional propia de las élites: el mal llamado “pacto programático” para encontrar un solo candidato. Curiosamente, este es el primer signo de que aún ellos, los candidatos perdedores en las encuestas, saben de antemano que están derrotados.

Aun uniéndose los que puntúan bajo en la encuesta de Cifras&Conceptos, como parece que ocurrirá en el caso de Santa Marta entre Palacio (12%) y Herrera (8%), las posibilidades de alcanzar a Virna Johnson (67%) son, a todas luces, un imposible. Primero porque estadísticamente es difícil en tan corto tiempo para el día de las elecciones superar la cifra de la candidata; y, segundo, porque como lo declaran los mismos candidatos: son más las cosas que los unen que las que los separan, o sea, quien quede ganador en una consulta entre ellos representa más de lo mismo: la política tradicional de las élites o de los clanes Cotes y Díazgranados ambos en una notoria decadencia electoral.

Y si a lo anterior agregamos que la escasa intención de votos que muestran no es un bien de uso o “de bolsillo”, por lo cual de ninguna manera es asegurable que quienes iban a votar por quien sea derrotado en dicha consulta necesariamente saldrán corriendo para donde el ganador. El modelo de creer que uno “tiene votos” para endosarlos es, precisamente, propio del modelo que ha hecho crisis en Santa Marta y el Departamento del Magdalena: el clientelismo electoral. Y es que exactamente puede decirse lo mismo para el caso del Departamento del Magdalena en donde Caicedo (60%) aparece como inalcanzable por el Mello-Cotes (25%).

En este período de ebullición pre-electoral es importante analizar el papel que ocupa tanto la realización como la difusión de las encuestas. Nos referimos lógicamente a las encuestas que provienen de firmas respetables que generan, por su ficha técnica, confiabilidad y validez. Una primera pregunta que debemos hacernos es si las elecciones se definen por lo que se dice en los medios de comunicación o por lo que cada ciudadano tiene en su mente.

Y este es un tema que bien vale la pena analizar porque la politiquería siempre ha considerado que quien más pague plata a los medios de comunicación, mejores probabilidades tiene de ganar. Lógicamente que las empresas de la comunicación social siempre nos venderán la idea de que para poder ganar una elección es indispensable comprar pautas y pagar insulsas entrevistas. La verdad es que esa efectividad con sabor a miel de abeja es relativamente cierta. Es verdad que los medios sirven para posicionar la existencia de un candidato, dándolo a conocer, pero de ahí al logro del voto efectivo del ciudadano en su favor existe mucho trecho por recorrer. No habrá, por así decirlo, Víctor que ponga alcalde o gobernador. Si así fuese de fácil no sería entonces necesario hacer una campaña.

Las encuestas son una especie de “fotografías” de lo que han hecho los candidatos. En realidad, el campo de batalla electoral es la realidad concreta, o sea, la cotidianidad en donde tanto candidatos como los electores terminan por tomar sus decisiones. El afán de “comprar encuestas”o de publicar “encuestas chimbas” para figurar como ganador o cerca del ganador puede conducir a un peligroso espejismo. Es ingenuo suponer que las encuestas por sí solas puedan convencer a la audiencia política. Los resultados de las encuestas, cuando son serias, son el resultado de lo que la gente tiene en la cabeza. Si comprar o vender votos es un atentado contra la democracia y la dignidad humana, distorsionar, falsear, adulterar e inventarse encuestas con sus resultados, es un acto tan protervo como el primero. ¿Qué puede esperarse de un candidato que engaña de antemano a los ciudadanos vendiéndoles una imagen que no tiene?

Seremos taxativos: las encuestas no modifican ni adulteran la realidad. Mucho menos aquellas encuestas que son compradas. Son una imagen real, aunque transicional o provisional, que puede lógicamente transformarse. Si lo que se intenta mostrar no está, ya sea en forma incipiente o consolidada, en la mente de los votantes, tampoco va a suceder bajo encuestas amañadas por mucho que se esfuercen en lograrlo. Ni siquiera existe una evidencia fáctica o científica sobre el llamado “voto útil”, cuando se dice que el ciudadano mensura su sufragio ad portas de la elección como resultado de las encuestas. Sin embargo, todo parece indicar que al menos una franja significativa podría orientarse por los resultados de las encuestas. De todas maneras, una mala imagen de un candidato no se mejora por la publicación de encuestas amañadas en su favor; así como una buena imagen lograda por años de actividad política no se torna en negativa solo porque se difundan datos amañados por parte de sus detractores o contradictores políticos.

Lo cierto es que quienes manipulan la información en favor de candidatos corruptos, demagogos, populistas, etc., entre otras cosas, no merecen el respeto de los ciudadanos dado que subvaloran el trabajo de los candidatos decentes y, a su vez, minimizan la inteligencia de la ciudadanía para escoger libremente por quien votar.

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