Opinión

El anhelado final del imperio del coronavirus

Álvaro Cotes Córdoba

Anoche tuve un sueño horrible. Soñé que había despertado en medio de tres mujeres desnudas sobre mi cama y todas tenían la cara como la imagen del coronavirus. No pude volver a dormir. Me levanté, fui al baño, oriné, me lavé la boca, hice gárgaras, me eché en las manos la ya acostumbrada combinación de agua con jabón por 40 segundos y luego me prepararé una comida, sin embargo, nunca dejé de acordarme de la horrible pesadilla.

Por un buen rato, para olvidarme de esa desagradable experiencia somnolienta, sin ni siquiera tocar el celular, porque allí iba a encontrar más publicidad del hp coronavirus, me puse entonces a ver una película en el televisor, una que no tuviera que ver en nada ni con lo que el maldito virus nos ha quitado: la libre locomoción por las calles y sitios hermosos de nuestra Tierra. Por eso busqué las que más me gustaban en mi niñez y juventud: las de vaqueros o del oeste, pero en Neflix no encontré ni una. Hallé varias después en youtube y aunque todas estaban dobladas por españoles, me sometí a verlas.

Duré cuatro horas viendo películas y resultó muy buena la terapia, porque no volví a recordar la horrenda pesadilla y me dormí. Cinco horas más tarde desperté de nuevo con la claridad del Sol matutino de este lunes 13 de abril y con la siempre esperanza de ser un mejor día que el anterior, porque tengo la seguridad de que esta vez también vamos a salir avantes de este nuevo reino de muerte de un enemigo invisible de nuestra especie, la cual, poco a poco, como en los nefastos imperios que existieron en la historia de la humanidad, tendrá asimismo el anhelado final feliz, pese a las muchas bajas. Amén.

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