Editorial

Breviario de la insensatez, generadores de opinión

Al llegar la época electoral emerge como verdolaga en playa toda clase de opiniones sobre los problemas y necesidades que más nos agobian. Nos ocurre como si tuviésemos un alma oculta y, a la vez, culta, que es despertada por el aroma de la política o, aún peor, por la pestilencia de la llamada politiquería. Ciertos políticos, especialmente demagogos y populistas, resuelven todo con un abrir y cerrar de boca. Que si falta el agua nos darán agua, que si hay desempleo nos darán empleo, que si hay inseguridad nos darán seguridad y así sucesivamente hasta hacernos un puente donde no hay río. Tienen a flor de labios la fórmula expedita para mentir y ganarse de esta truculenta manera simpatía y voto. Se ponen de moda también ciertos improvisadores que se hacen llamar ahora como los generadores de opinión.

Así cada uno de ellos va poniendo su íntimo tinte al deber ser de la política, como si esta fuese un objeto de la mayor simpleza e improvisación. En un santiamén se consideran expertos sin tener la más mínima idea sobre el tema que están tratando. Tantas horas desperdiciadas que bien podrían servir para construir una ciudadanía ilustrada e integral (cívica, democrática y política) y, por lo tanto, hacedora del buen uso del libre albedrío. Sin embargo, esto no ocurre así, ni es nada nuevo. Lo sabe todo el mundo o casi todo el mundo.

El ideal es que durante los procesos políticos emerjan las mejores consideraciones o explicaciones sobre los fenómenos que a diario ocurren. Dado que la política, por así decirlo, debe ser la ciencia o el instrumento que nos ayuda a preceder y presidir la acción humana para construir un futuro mucho más amable. No obstante, a lo largo de la historia siempre ha habido personas que se han destacado por develar a toda hora su intrépida insensatez. De manera sencilla consiste en aferrarse a algo sin importar lo que es y cómo se explica. Se expresa en una conciencia satisfecha e instalada con todos sus defectos y arrugas. Es, curiosamente, la vanidad del ignorante.

No es una locura el decir que la insensatez ha sido un factor determinante de la historia. Pareciera como si a los adultos se nos olvidaran las sabias lecciones de nuestros abuelos o de nuestros padres durante la infancia: no digas tonterías o no digas burradas. Se nos olvida la conciencia de nuestros propios límites y es por eso que tal vez presumimos de lo que en verdad carecemos. Algo así como que a cada asunto tratado una promesa cargada de insensatez. Se trata, entonces, de la fenomenología de la insensatez que no es lo mismo, no sobra repetirlo, que la ignorancia. Al fin y al cabo todos somos ignorantes de algo o de muchas cosas. Sin embargo, el insensato pareciera no importarle que la gente se dé cuenta de su obcecada posición.

¿Habremos notado todos cómo algunos zoquetes aspiran a cargos de elección popular que son capaces de utilizar seudónimos, apodos, disfraces y hasta fotos de animales? Escuchamos también a ciertos candidatos demagogos o populistas despacharse en algunos medios de comunicación con una cháchara de tópicos huecos, que en veces nos hace creer que vinieran de otro planeta. Sin duda alguna… todo lo tienen bien claro. Cuando atisban un poco de luz creen comprender todo perfectamente. Nos ponen el agua que nos ha faltado por décadas en cosa de semanas o de un par de meses. Y claro: como pagan las fofas entrevistas para insultar la sensatez, se despachan con sus inconsistencias como si fuesen duchos estadistas.

No cabe duda que señalar que algo es una insensatez o estupidez se debe a que responde a algo que importuna, exaspera y, en cualquier caso, defrauda. No negamos con esto que se trata de un juicio subjetivo para poder juzgar lo que consideramos como un error, falta o defecto. Lo que no excluye el uso de leyes o de criterios de objetividad. Se trata, de todas maneras, de definir lo que es políticamente correcto o incorrecto.

Respecto a los generadores de opinión bien vale la pena repetir que es probable que toda opinión sea un desacierto, puesto que logra de manera fácil convencer a la gran mayoría de las personas. En realidad, una opinión es lo que todo el mundo tiene en la cabeza a propósito de todo y de nada. Es lo que se repite hasta la saciedad como si fuese algo evidente. Ya sea por la tradición o por las órdenes de una autoridad o por creencias o imaginarios. En resumen, las opiniones son lugares comunes o unos monstruos multiformes que, por supuesto, pueden ser contrastadas o cuestionadas. Aquellos que dicen que las opiniones se respetan (a menos que se trate de una opinión clara y firme, propia de hombres y mujeres con mentes libres) están utilizando la peor manera de mantenerse en la ignorancia y/o la insensatez. Decía Miguel de Unamuno que las cosas en apariencia son más verdaderas cuanto son más creídas por opinión; y no es la inteligencia, sino la manipulación de la voluntad la que en este caso la impone.

Lo cierto parece ser que la insensatez no tiene un solo campo de acción específico, ni se limita a una sola época concreta. Y es precisamente por ese don de la ubicuidad, digamos espacial y temporal, que se convierte en un fenómeno inquietante. Es como la esfera de Pascal cuyo centro está en todas partes y su perímetro en ninguno. Es como una especie de tonel sin fondo en donde se encuentran y entrecruzan todas las pasiones del alma.

Todo indica que la estulticia es inherente a la naturaleza de la especie humana. Alguno o varios pueden incluso pensar que lo aquí dicho es obra precisamente de la más crasa estupidez. En realidad, ningún ser humano, de forma apodíctica, escapa o está vacunado contra este mal. Simplemente debemos reconocer que algunos estarán más expuestos que otros a padecerla.

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