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Algo más tenebroso y escandaloso debe de haber detrás del magnicidio de Haití

Alrededor del cuerpo del Presidente, encontraron esparcidas copias de la constitución nacional, el sello de la República; igualmente una pequeña maleta roja que contenía cuatro pasaportes a su nombre, incluyendo el pasaporte oficial, así mismo, una libreta de cuenta de ahorro del Bank of América, a nombre de él y de su esposa y en el piso se tropezaron con una máscara anti gas lacrimógeno, pero nadie localizó por ningún lado su iPhone, por lo que dedujeron que fue robado. La habitación opuesta a la de él y su esposa también había sido saqueada por completo y los cables eléctricos que alimentaban la instalación de la cámara de seguridad estaban en el suelo. La hija, interrogada después por las autoridades, explicó que se había escapado de sufrir el mismo destino de sus padres, porque se refugió en el baño del dormitorio de su hermano pequeño, en donde junto con él, permanecieron abrazados y con el miedo de que los descubrieran. Luego de media hora, cuando se sintieron más seguros, salieron de ese escondite y corrieron hacia la habitación de sus padres, en la cual se toparon con la escena dantesca del magnicidio que había ocurrido. Dijo que, lo primero que vio, fue a su madre sentada cerca a una escalera, vestida con una camiseta azul y una falda de flores, llena de sangre e inconsciente y aún respirando, por lo que los policías la recogieron primero y trasladaron enseguida al hospital. Después había visto a su padre, acostado en la cama matrimonial bocarriba, con la boca abierta y aún vestido con la camisa blanca que se había puesto ese día para ir al Palacio Presidencial y la cual lucía toda ensangrentada por las múltiples balas recibidas. De la misma manera alcanzó a verle un orificio en toda la frente y al parecer otro en uno de sus ojos, por cuanto no lo tenía en ese lugar.

Por fuera de la casa presidencial, mientras tanto, los vecinos no se cansaban de conversar lo que habían escuchado antes de sentirse las primeras ráfagas de disparos, unas voces en inglés que gritaban: “¡We are from the DEA. There is no need to fear!”. Debido a esta versión, se difundió al principio la tontería de que la intención no era asesinarlo, sino de capturarlo, pero que algo salió mal y tuvieron que acribillarlo a él y a su esposa.

No obstante, las evidencias en la escena del magnicidio y las que se averiguaron más tarde, cuando agarraron a varios de los que llevaron a cabo el segundo asesinato de un jefe de estado en ejercicio durante los últimos dos siglos en América, pues el primero había sido el de Abraham Lincoln en los Estados Unidos del Norte en el siglo 19, apuntaron hacia un complot internacional con participación de exsoldados y empresarios emprendedores de Colombia y Estados Unidos, que se confabularon para ejecutar el magno crimen.

Fue una operación como si la hubieran sacado de una película de Hollywood, pero con producción y elenco artístico netamente caribeños, de ahí el final infeliz, incierto e incrédulo. Tan es así que nadie cree todavía que se llegará a esclarecer o saber quién fue el de la idea del magnicidio, por cuanto hay mucha gente extranjera, sobre todo de los países de donde son los capturados y sospechosos, que ya ingresaron a la escena del magno asesinato. Intervención que por supuesto tiene a más de uno con la frente arrugada. El mundo todavía no lo asimila como un hecho aislado o como lo han querido dar a entender algunos por un interés o desinterés. Y pese a ser el segundo magnicidio en 200 años, no se le ha dado la connotación requerida o importancia, tal vez porque se registró en el país más pobre de América.

Por Álvaro Cotes C.
Desde Colombia para el mundo.

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