Opinión

Ahora que el Magdalena sí tiene dolientes, vienen a dárselas de que están pendientes

Por Álvaro Cotes Córdoba

Antes, el Magdalena no tenía dolientes. Aquí llegaba cualquier político de afuera, se confabulaba con el local y hacían hasta para vender. Se robaban la salud, la educación, los contratos de obras e incluso le pellizcaban hasta la plata destinada a la alimentación de los niños pobres y nadie decía nada ni siquiera aquellos políticos que no quedaban en los gobiernos elegidos con el mismo dinero que se robaban.

Como salían elegidos por la plata que se gastaban en las campañas y la cual recuperaban después hasta cinco veces el doble, nadie podía revirar nada ni siquiera los que vendían sus consciencias, pues temían que después se lo sacaran en cara.

De modo que aquí los corruptos por eso navegaban como peces en el agua, nadie les podía decir nada, pues con el poder comprado y el dinero usurpado, callaban a los que sí podían reclamarles públicamente. Es mas, los ponían hasta hablar bien de sus malas intenciones y a decir que eran ellos los únicos que podían sacar adelante a la región que ellos mismos mantenían estancada.

Era un círculo vicioso y tedioso, pero era la única forma de vida conocida para ellos y todos los que no eran ellos, aprendida de sus ancestros, como si se tratara de una herencia de hábitat.

No obstante, y como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que se lo aguante, apareció un tipo de político distinto que irrumpió en esa pecera de aguas turbias enrarecida por el círculo vicioso de la política rastrera y mezquina y poco a poco fue devolviéndole la consciencia a la gente, la misma que se hallaba empeñada con los políticos cómplices del desgreño de nuestra acomplejada sociedad.

Esa misma clase de político consciente ha venido contagiando como un virus benigno a los más jóvenes de la población, al sector que menos le paraban bolas los cada vez más políticos en via de extinción. De ahí que ese contagio ha venido creciendo paulatinamente, pero con pasos firmes y su curva aplanada no se vislumbra para nada a lo lejos.

Ese nuevo tipo de político lo encarna el hoy gobernador Carlos Caicedo, de quien más de 350 mil magdalenenses confiaron y siguen haciéndolo cada vez más convencidos por como él defiende nuestro territorio, aquel que los de en vía de extinción dejaron en el fango de la vergüenza nacional, cuando por intereses propios ni siquiera disimularon para confabularse con otros de tierras lejanas o cercanas a fin de saquear el dinero público y robarse hasta las esperanzas de un pueblo acostumbrado a vivir sin dolientes.

Pero hoy las costumbres cambiaron. Ya no solo existen los viejos canales de comunicaciones que los corruptos fácilmente callaban con plata. Ahora están las redes sociales, que difícilmente e imposible sería comprarlas a todas, por cuanto se vierten en la Internet como un infinito colador de información incontrolable. En medio de ese nuevo mundo virtual masivo e interactivo, surge lo que jamás se creía iba a suceder en el Departamento: Que ahora el Magdalena sí tiene sus dolientes y Caicedo, nada más y nadie menos que el Gobernador, es uno de ellos y ayer así lo demostró al confrontar al SuperSalud que enviaron para que interviniera el Hospital, ocho años después de que una familia lo tuviera en su poder como fortín político.

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