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A LOS SIN TECHO

Por: Verónica Meléndez Charris

Estamos “viviendo” una nueva realidad. Lo entrecomillo porque no he podido determinar si realmente se vive y simplemente se soporta. Esa nueva realidad se llama CASA (algunos la llamarán HOGAR). Esas cuatro paredes que se fueron reduciendo inmediatamente se iba la ciudadanía insertando en el mercado laboral y que, con el paso del tiempo, se ha constituido en un lugar que se utiliza únicamente para dormir, mas no para descansar.

Los nuevos tiempos, los tiempos de incertidumbre y esperanza, nos han llevado a recorrer nuevamente esas cuatro paredes; a descubrir rincones de la casa que, quizá, no conocíamos y que, al decir de Rosana Guber, estamos familiarizando lo exótico.

Estas cuatro paredes, aunque inicialmente no lo reconozcamos, tienen memoria, una memoria reciente y una memoria de largo plazo. En la memoria reciente puede haber desde crayolas de nuestros hijos más pequeños, hasta fotografías y pinturas; en la memoria de largo plazo puede haber desde historias bien contadas, historias alegres, risas y tristezas, enojos y éxitos, hasta besos nunca dados. Cada una de las paredes de nuestras casas cuenta una historia; algunas cuentan historias de terror y otras, más silenciosas, historias de desamor.

El rincón más habitado, después de la alcoba, es la cocina. La cocina nos puede contar miles de historias, desde mieles nocturnas hasta el más picoso chile. Sin embargo, la cocina es un sitio que se calla por el ardor que vive a diario. Por ese fuego que no se apaga y que da la vida. Y que, al encenderse, aviva la llama de lo que somos, pero también de lo que pensamos y callamos. La alcoba, por su lado, guarda secretos, pero los grita a la voz del viento (aún no hemos podido descifrar el lenguaje del viento o leer su susurro). La alcoba nos dice lo intensamente que hemos amado (amando) y lo inquebrantable de nuestro sueño. En ella podemos sobrepasar portales a universos posibles o, sencillamente, dormir.

¿Y qué sucede con ese espacio donde, al deber ser, se reúne la familia para agradecer por los alimentos, que se llama “comedor”? ¿Existe? La pregunta no es si existe el comedor como espacio, sino si existe el comedor como conexión entre los que allí habitan. Cada ladrillo, como dije, cuenta una historia, pero depende de nosotros que sea una CASA o que sea un HOGAR.

Pero también, ¿qué sucede con los sin techo? O, ¿los sin familia? ¿O con aquellos desposeídos por un alma que vibra (si es que de verdad existe el alma)? ¿Comemos o nos alimentamos? ¿Qué es lo que nos dicen las nubes sobre nuestra fugaz y sublime existencia? ¿Existimos o solamente vivimos? ¿Cuál es nuestro propósito? ¿Existe uno? Aquellos que no probaron bocado hoy porque sencillamente una pandemia (ocasionada por un laboratorio chino, o por una agencia secreta estadounidense, o por el destino, no se sabe) le arrebató su trabajo, se ven a la merced de un Estado de Bienestar, nuevamente traído a colación por un fenómeno que aún, a pesar de las investigaciones científicas, es incierto; un trabajo que fluctúa de acuerdo a los intereses rentistas de un 1% que acumula el 61% de la riqueza y, por consiguiente, la política mundial, mientras que la mitad de la población más pobre no ve incremento alguno. Un nivel de desigualdad a todas luces inaceptable.

Pero mientras se reajustan las cargas de la política global, seguiremos contándole historias a nuestras cuatro paredes y redescubriendo otras para, en un futuro cercano, exotizar lo familiar.

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